Hay una pregunta que me mata. Tal vez porque ya conozco la respuesta.
“Te prestaría mi silencio”, te escribí. ¿Qué? ¿Mi silencio?
Te prestaría mi piel, la de afuera y la de adentro.
Mis pies, el latido de mi útero, mi pulso. Mi lengua, el peso de mis párpados, cada una de mis pestañas.
Mis oídos te prestaría para que escuches esto que escucho: la vida. La muerte cantando. Cada ser vibrando.
¿Y si supieras que esto es todo lo que podemos dar? Este instante. ¿Darías entonces la vida?
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