La espera
La espera se refleja en sus ojos. Su cuerpo cansado se sostiene como puede. Su mano derecha, tantas veces firme en su quehacer, se toma de un poste que indica la calle. Es la esquina de una peatonal tan transitada como olvidada. Su otra mano, la izquierda, vencida por el peso de tantas emociones pasadas, se agarra del brazo derecho y cuelga. No se sabe si lo hace en un intento de pedir ayuda o queriendo desesperadamente que al menos esta última vez su voluntad, la mano derecha, sea flexible y se deje llevar por ese sentir que jamás quiso aceptar. Su columna encorvada provoca que su pecho, o corazón, quede resguardado del mundo. Lo han herido, y sabe que también aquello que prometió y no pudo abrió otras heridas. Otras heridas que aún esperan, como él, alguien que regrese y las vea. Sus pies ya no sienten fuerza para sostenerlo, por eso se mantiene sentado. El presente se le hizo hueco buscando afuera lo que no se atreve a encontrar adentro. Pasan los minutos, esos instantes de vida que racional y minuciosamente nos ocupamos de contabilizar porque nos asusta reconocer que si hay algo sobre lo que no tenemos control y nos sucede inevitablemente es eso, el tiempo -la vida-. Pasan entonces los minutos en aquel reloj pero su cuerpo sigue en la misma posición: la espera. Quizás morir sea un poco eso. Decidir no mover ni una línea de energía por miedo a que entonces eso que tanto esperamos nos encuentre transformadxs, ya sin esperar.
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