Acá no hay reloj

Es la gota, me dijo mirándome directo a los ojos, como si adivinara lo que estaba pensando. Lo único que irrumpía incesantemente el hueco silencio de la casa era un tic-tic-tic. Busqué con inquietud el reloj. ¿Habrá notado la desesperación en mi rostro, esa, la de los intentos frustrados?. Provenía de una canilla de la cocina. Era una construcción antigua, las cañerías desgastadas por el óxido y el sarro, se asemejaban a las viejas formas de amar, pensé. Cuando ya no logran contener, todo se desborda. Los techos altos profundizaban el vacío en el que muebles y pisos de madera crujían como lamentos desamparados de un moribundo. Era una construcción antigua, la casa, porque la mujer no debería tener más de unos cincuenta años. Había en ella, sin embargo, algo que la hacía parecer de todos los tiempos. Había en ella un misterio que respiraba por debajo de su piel.

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